Juan Carlos Devesa de la Cruz, burgalés y sacerdote
de la OCSHA,( Obra de Cooperación Sacerdotal Hispano Americana), comparte la
alegría de ser sacerdote y misionero en El Alto, Bolivia, y la preciosa
historia de Madelaine que, según cuenta, le da lecciones de paciencia, fe y
otras muchas cosas.
“El papa Francisco nos da testimonio de que la
misericordia no se explica, se vive. Por eso me he decidido a enviaros este
pequeño relato para compartir la alegría de ser sacerdote durante 28 años.
Voy en busca del doctor Javier, misionero español,
que se ha especializado en cuidados paliativos a favor de la gente de escasos
recursos de la ciudad de El Alto. He quedado con Madelaine en que hoy pasaría
por su casa con un médico amigo mío. Le he avisado que es un brujo haciendo
desaparecer el dolor: ‘Es muy bueno poniendo parches –de sedante- para que
puedas dormir bien por las noches’. Se ha reído y me ha replicado: ‘Y ahora,
¿cómo voy a escaparme a bailar con mi príncipe azul?’. La he mirado con ternura
y le he advertido de que sus quince años no le dan derecho a tomarse esas
libertades.
Después de darle la comunión, hemos acordado que,
esta semana, las cuentas blancas del rosario las iba a dedicar al papa
Francisco, que en breve llegará a Bolivia. Y que las cuentas verdes las rezaría
por mí, que cumplo veintiocho años de padrecito.
Me ha mirado con esos ojos grandes que se asoman en
su rostro deformado por el cáncer y me ha dejado ‘flechao’. En realidad, he
sido yo quien ha recibido el parche que necesitaba: una buena dosis de la
esperanza que no defrauda.
A lo largo de los años, me han dado nombres
bellísimos: padre, padrecito, diosito, Jesusito… Pero el de esta mañana me ha
asombrado sobremanera. Ha brotado espontáneamente, sin cálculo, casi por
equivocación.
Salía del cuarto de Madelaine y su madre me ha
dicho: ‘Gracias, doctor’. Inmediatamente se ha corregido y lo ha arreglado con
naturalidad: ‘Cuando viene nos da tanta alegría… Yo me siento como que tengo un
bulto grande cargado y, al verlo entrar por la puerta, se hace chiquitito.
Usted es un verdadero doctor de la vida’.
Me he sonreído y le he dado un beso. ‘Le esperamos
el viernes’ –me ha recordado-. Lo cierto es que no puedo pasar el viernes sin
acercarme a charlar con Madelaine. A charlar, a darle la comunión y a revisar
la tarea que me pone en cada visita. Ella está en cama, sin curación, pero no
es ninguna inútil. Sin querer queriendo me da lecciones de paciencia, de fe y
otras muchas cosas.
A veces, también decae. Ese mismo día me comentó
que estaba aburrida, es decir, cansada de su situación. Yo me agarré de su mano
y rompí a llorar mientras le hablaba de Jesús. Se me quedó mirando y le volvió
el brillo a los ojos.
Cada semana acudo a la cita como se acude a la boca
del horno en busca de pan caliente. Y cada noche le pido al Señor que me dé el
pan caliente de cada viernes”.
Publicado
por OMPRESS (27/10/2015)