"Los misioneros os necesitamos mucho,
os agradecemos todo vuestro apoyo espiritual y material;
gracias a vosotros, no nos sentimos solos. El Señor es el dueño de la mies;
seguid rezando para que el Señor siga enviando operarios a su mies. Sería una
pena que la raza de los misioneros desapareciera, debemos considerar la
misión como algo nuestro y preguntarnos: ¿qué puesto ocupa en nuestras
preocupaciones, en nuestra oración, en nuestro presupuesto? Si queremos ser
discípulos de Jesús tenemos que seguir escuchando su mandato, que es
permanente: ¿has pensado que Cristo puede decirte también hoy a ti
aquello de ‘Id por el mundo entero y sed mis testigos’?”.
Quien así habla es Jesús Martínez Presa,
Misionero en África, que reflexiona sobre su vocación misionera y su labor en
“el Malí”, como lo llama él, donde lleva 51 años de misionero.
“Pienso que al origen de mi vocación
misionera existe la idea de justicia y la frase de Jesucristo: ‘Id por el mundo
entero...’. Yo veía que era una gran injusticia la desigualdad que reina en el
mundo. ¿Por qué todo el mundo no puede comer tres veces al día…; por qué todo
niño no tiene derecho a una escuela, a un médico… por qué todo el mundo no
puede conocer al Dios de Jesucristo…? Yo veía ahí y sigo viendo una gran
injusticia. Resulta que yo tenía derecho a todo eso porque mi madre me trajo a
este mundo en España, sin ningún mérito por mi parte, mientras que los que
habían nacido unos miles de kilómetros más al sur, sin culpa suya, estaban
privados de todo. Dios no ha hecho las fronteras, somos nosotros; yo no podía
cambiar a los demás pero sí que podía cambiarme a mí mismo y es ahí donde la
frase de Jesucristo ‘Id por todo el mundo y sed mis testigos’ me interpelaba
constantemente, veía en ella una llamada de Dios para tomar un nuevo camino en
mi vida, ir a la aventura y dejarme llevar por Dios a donde yo solo nunca
podría haber soñado llegar.
Al principio de mi vocación yo estaba más
orientado hacia América Latina, por la facilidad de la lengua, pero coincidió
que en aquella época el Papa escribió una carta diciendo que los países de
África se preparaban a la independencia e invitaba a los sacerdotes a ayudar a
África. Para mí fue un cambio radical… me preguntaba si podría adaptarme al
clima caluroso, a las comidas y a las lenguas de África. Puesta la confianza en
Dios fue como dar un salto en el vacío, pero seguro que abajo estaba Dios con
sus manos abiertas para acogerme y llevarme adonde Él quería. Antes de llegar a
África, algunas personas me dijeron que íbamos a ‘enseñar’, a convertir
infieles, nosotros que teníamos la verdad... Debo decir que ha sido una
experiencia muy rica encontrarme y vivir 50 años con personas de otras
culturas, creencias y tradiciones; he aprendido mucho de ellos, y pienso que he
recibido de ellos mucho más de lo que yo he podido dar, en valores humanos y
espirituales. Mirar, escuchar, aprender de los otros… dejarnos evangelizar por
los pobres, por las otras religiones (en el Malí tan solo el 2 por ciento es
cristiano, 80 por ciento es musulmán y un 18 por ciento son de religiones
tradicionalistas o animistas). El Malí me ha enseñado a vivir sin fronteras, y
lo que quiere decir esa palabra de ‘universal’. Entre todos, juntos, intentamos
construir un mundo más fraterno. La vida de la misión es muy bonita; en España
estamos acostumbrados a vivir con parroquias e iglesias ya terminadas de
construir desde hace mucho. En África las comunidades de catecúmenos y
cristianos son jóvenes (la mitad de la población tiene menos de 30 años). Es
precioso el poder colaborar al nacimiento y crecimiento de una comunidad
cristiana, que descubre, conoce y ama a Jesucristo. El DOMUND que celebramos
este mes de octubre debe recordarnos la universalidad de la Iglesia y que el
Domund es dar y recibir, aprender de estas iglesias jóvenes y dinámicas.
(OMPRESS)