
Dos años antes, Pío XII en la encíclica Fidei Donum, había pedido a la Iglesia Universal un esfuerzo de cooperación con las Iglesia nacientes de otros continentes, especialmente en África. Y hubo una respuesta generosa por parte de las Iglesias del viejo continente. España no se quedaba atrás, porque el envío de misioneros en el continente americano había sido y seguía siendo muy generoso, así como de sacerdotes diocesanos.
Con la implantación de esta Jornada se trataba de impulsar unos objetivos que subsisten en la actualidad:
Promover en el pueblo cristiano el compromiso misionero con las Iglesias nacientes en América Latina.
Canalizar la vocación misionera de sacerdotes diocesanos con la cooperación con otras Iglesias más necesitadas por un periodo largo de tiempo o, incluso de por vida.
Ayudar a estas Iglesias en su compromiso evangelizador y social mediante la cooperación económica o en el voluntariado temporal.
Esta iniciativa ha promovido innumerables ejemplos de solidaridad con el envío de miles de misioneros e incalculables bienes económicos. Su testimonio de vida y su silencio escondido siguen siendo estímulo para seguir su rastro, que no es otro que el del MAESTRO.