Baptistine Ralamboarison Secretaria General de la Obra Pontificia de la Infancia Misionera pide: "Demos voz a los niños; tienen mucho que decirnos y enseñarnos. Ellos son parte de la Iglesia, y parte importante".
La Infancia
Misionera es una de las cuatro Obras Misionales Pontificias. Al igual que
las otras tres Obras, tiene por finalidad infundir en los católicos un espíritu
universal y misionero. Y a diferencia de las demás (Propagación de la Fe,
San Pedro Apóstol y Pontificia Unión Misional), la INFANCIA MISIONERA,
llamada también Santa Infancia, destina todos sus esfuerzos a los niños. O,
para ser más precisos, son los niños los verdaderos protagonistas de esta Obra.
No somos solo una obra para los niños, sino más bien una Obra de los niños y
con los niños.
La idea de
fundar en la Iglesia un organismo de esta naturaleza nació más de 170
años atrás, cuando un obispo francés, Mons. Charles de Forbin-Janson, viendo
que tantos niños morían sin el bautismo en China, y no pudiendo ir
personalmente a ayudarlos, decidió fundar una Obra que se dedicase a la
evangelización de los niños gracias a la ayuda y colaboración de los mismos
niños. Esta colaboración, que se puede sintetizar en el lema “Los niños ayudan
a los niños”, consiste simplemente en la oración y en la ayuda material. Los
niños de la Infancia Misionera rezan todos los días una avemaría por
todos los niños del mundo.
Desde
entonces, la Infancia Misionera se ha extendido por todo el mundo.
Son más de 115 los países en donde esta Obra está activa. Y son millones los
niños que actualmente ayudan a otros niños en dificultad. Hoy en día
las necesidades son muchas. Hay millones de niños que sufren hambre —y cientos
de ellos mueren cada día—, muchos no pueden ir a la escuela, otros no pueden
acceder a los servicios médicos más elementales. Los huérfanos, los pobres, los
enfermos y, sobre todo, aquellos que no conocen todavía a Jesús, todos ellos,
están en el centro de nuestras oraciones.
Sin embargo,
y es importante recordarlo, esta Obra no es un organismo de ayuda caritativa.
Somos una obra de evangelización. Queremos llevar el Evangelio a todos los
niños, que son el presente y el futuro de la Iglesia. Por eso todos
ellos se encuentran en nuestras oraciones, ya sea que vengan de países no
cristianos o de países con una larga tradición católica. Porque todos necesitamos
convertirnos y acercarnos más a Dios.
Llevamos el
Evangelio pidiendo a Dios con la oración que abra el corazón de los niños. Por
nuestra parte, tratamos de sustentar la actividad misionera de la
Iglesia a favor de ellos con nuestra ayuda material, que consiste, hoy
como ayer, en una pequeña donación voluntaria. No importa la cantidad. Importa
el corazón con el cual se da la ofrenda. Millones de niños en todo el mundo,
desde Bolivia hasta el Nepal, poniendo juntos sus colectas y sus oraciones,
logran hacer que financiemos más de dos mil proyectos cada año, por un monto
superior a los 20 millones de dólares. Eso sirve para comprar catecismos,
construir aulas, adquirir alimentos o medicinas y tantas otras ayudas más.
Algunos niños en África, en Asia o en América Latina solo logran dar unos pocos
céntimos. No importa: son esos céntimos, junto con otros tantos, los que nos
permiten llevar consuelo material y espiritual a tantas realidades marcadas por
la dificultad. En el fondo es Dios quien convierte y cura, mediante la acción
de los niños. Por ello, somos escrupulosos cuando distribuimos nuestras ayudas.
Porque sabemos de todo el esfuerzo que hay detrás para poder recoger esos
céntimos. El Señor se
sirve de las cosas pequeñas para hacer grandes obras. Así se ve la acción de
Dios. Esta Obra de la Santa Infancia es la prueba viviente de ello.
Por eso, el beato Juan Pablo II llamaba a los niños de la Infancia
Misionera “los pequeños grandes colaboradores de la Iglesia y
del Papa”.
Hagamos que los niños sean protagonistas en la Iglesia.
Ninguno es tan pobre que no pueda rezar una avemaría y meter un céntimo en la hucha. Todas esas oraciones y todas esas huchas han ayudado mucho en todos estos años. Y sobre todo, ayudan a quien reza y da. La prueba son los santos que han pertenecido a la Infancia Misionera, y tantas vocaciones de sacerdotes o religiosos que se han originado participando en esta Obra. Por último, pero no menos importante, están los millones de laicos que, formados en esta escuela de espiritualidad, han aprendido a compartir su fe y sus bienes con los demás, participando así en la creación de un mundo mejor.
Pienso que no
solamente la Iglesia tiene necesidad de esta Obra, sino, sobre todo,
el mundo. Para hacer un mundo mejor, necesitamos de la Infancia Misionera.
Demos voz a
los niños; tienen mucho que decirnos y enseñarnos. Ellos son parte de la
Iglesia, y parte importante. El niño de Infancia Misionera no piensa: “Soy
pequeño, soy pobre, qué puedo hacer yo”. El niño misionero piensa siempre en
grande, porque sabe que le ayuda la oración. Y sabe cuánto puede hacer la
pequeña colecta de millones de ellos en el mundo. Las necesidades son muy
numerosas, millones de niños todavía no conocen a Jesús, millones sufren. Pero
no por eso el niño de Infancia Misionera se desanima.
El camino es
largo, pero en 170 años lo hemos recorrido bastante y, sobre todo, ha sido Dios
quien nos ha guiado. Venid con nosotros y hagamos juntos este camino con
alegría.
Baptistine Ralamboarison
Secretaria General de la O. P. de Infancia Misionera