Nací en
Tortosa en 1937 y entré en la Compañía
de Santa Teresa de Jesús en 1958. Durante el noviciado me ofrecí para América Latina e desde 1961 estoy en el
Brasil. La situación política cuando llegué era muy inestable y el temor de que el país cayese en el
comunismo, como ocurrió en Cuba, era
grande en todos los sectores de la sociedad.
Mi primer
destino fue Río de Janeiro, como educadora y estudiante universitaria. En 1964
por un golpe militar, cayó el gobierno constituido y entramos en una dictadura. En
el primer momento, la Iglesia que temía el comunismo, acogió y apoyó el nuevo gobierno, pero en breve, con las persecuciones a líderes cristianos y a otras personas y la falta de libertad, tomó consciencia de la
situación del pueblo y se colocó proféticamente en defensa de la verdad y la justicia. Durante muchos
años, la única voz de oposición en el
Brasil, la única voz profética y de
defensa de los derechos de los ciudadanos fue la Iglesia.
Tuvimos Santos Obispos que fueron
profetas, servidores, otros Cristos...
El Vaticano II había lanzado el fuego del Espíritu y se deseaba por todas partes la renovación de
la Iglesia. Con Medellín en 1968, los
Obispos de América Latina tomaron más conciencia de la realidad de sus pueblos, de la pobreza extrema en que
vivían nuestros hermanos y de la urgente
necesidad de evangelización. Se percibió
la necesidad de dar, a partir de
frentes misioneras de
religiosos (as), formación a las
comunidades cristianas de todo el continente, de modo especial en las regiones alejadas de los centros urbanos.
Como medio principal a través de la
Palabra de Dios, que a través del método ver, juzgar, actuar y celebrar, dio origen a las múltiplas comunidades eclesiales de Base.
La
Conferencia de los Obispos del Brasil en 1972
hizo una llamada insistente a las Congregaciones Religiosas para
que fundasen comunidades insertas en los poblados del interior de las regiones del Norte y Nordeste del Brasil, casi todas próximas a la Amazonía. Las
congregaciones Religiosas y entre ellas
las Hermanas de la Compañía de Santa Teresa de Jesús, respondimos con
generosidad y creamos comunidades en regiones apartadas, del interior del Brasil. Nosotras en
los estados del Marañón y del Pará y después en Goiânia y otras. Trabajando junto a los pobres mas pobres,
evangelizando y ayudando a construir el
Reino de Cristo, a través de la catequesis,
la formación de la mujer, los núcleos de alfabetización, el trabajo en
Parroquias, en centros sociales para los niños, grupos
bíblicos, formación profesional, pero
principalmente por su presencia en medio
del pueblo como fermento en al masa.
Como
teresiana y misionera participé de todo este movimiento, deseaba ardientemente en los años 70, ir para esas regiones del Norte del Brasil,
pero a través de un discernimiento,
vi que mi misión era abrir caminos, concienciar
a las hermanas, a los educadores,
para la opción por los pobres y la educación liberadora evangelizadora.
Sentí esta vocación muy fuerte, dentro
de la vocación teresiana. En toda mi
vida, en todo lo que la Compañía me pidió, tanto como educadora, directora de escuelas y obras,
formadora, provincial. Tengo claro que
para construir el Reino se ha de
optar por los pobres como Jesús. En esta
fase abrimos varias comunidades insertas en favelas. Cada obra escolar que
teníamos creo una filial en vilas o
favelas próximas. En Río, llegaban también muchas jóvenes emigrantes de
las Regiones del Nordeste del Brasil para ser
empleadas domésticas. Creamos
para ellas una obra educacional gratuita. Casi todas
eran de raza negra, pobres, muchas analfabetas. La escuela nocturna de
Primaria y Secundaria, llegó a tener 500
alumnas. Todas mujeres, por nuestra opción por la mujer tan despreciada y sin
medios para formarse en todos los aspectos. Recibían también además de formación intelectual y religiosa, formación profesional.
Hoy tengo
casi 78 años, estoy como secretaria de
la Provincia, no tengo por la edad, las
condiciones que tenía hace años para el trabajo misionero específico, pero mi misión no terminó. Continuo esforzándome por
la Construcción del Reino, que solo puede realizarse
si nos empeñamos hasta la muerte, como Jesús, para que los
pobres sean evangelizados y haya paz y justicia en el mundo.