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jueves, 14 de enero de 2016

GRACIAS... PEQUEÑOS MISIONEROS.

Año tras año, la Infancia Misionera se afana por sembrar, entre los más pequeños, un espíritu libre, solidario y sin fronteras. Un espíritu que arraigue, con fuerza, en los corazones infantiles. Y que, andando el tiempo, sea capaz de transformar a los niños de hoy en hombres y mujeres del mañana, hechos y, sobre todo, derechos: capaces de construir un futuro mejor. Hombres y mujeres que estén resueltos a forjar una humanidad más justa, más libre, más fraterna, más humana y, en definitiva, más cristiana.
 Todos los niños están llamados a ser, el próximo domingo 24 de enero, protagonistas de esa Jornada. Pero, para que eche raíces en el hondón de su alma la certeza de que todos somos hijos de Dios y, por lo tanto, hermanos e iguales en derechos y dignidad, es imprescindible la ayuda y colaboración de los mayores. Por eso, padres, catequistas, profesores y colegios también están llamados a comprometerse en esta empresa. ¡Que nadie se escaquee! Todos los creyentes en Jesús, el Niño de Belén, estamos obligados a colaborar en el anuncio de su Buena Nueva a cuantos, todavía, no han oído hablar de Él. Y, al mismo tiempo, a atajar las muchas necesidades que pisotean la dignidad de cientos de miles de niños que no han tenido tanta suerte como los que corretean por nuestros parques y jardines. Sí, no es broma. Todavía hoy, en los umbrales del siglo XXI, el panorama mundial que presenta la infancia es bien desalentador. Para probarlo, estas pinceladas que nos da UNICEF. 

Una infancia maltratada
El Fondo Internacional de Emergencia de las Naciones Unidas para la Infancia dice que, solo en 2012, murieron 6,6 millones de menores de cinco años. Y que la gran mayoría de estas muertes podían haberse evitado. Y eso es una violación del derecho fundamental a sobrevivir y desarrollarse.
 El15% de los niños del mundo se ve obligado a hacer trabajos que comprometen su derecho a la protección contra la explotación económica e infringen su derecho a aprender y a jugar. El 11% de las niñas están casadas antes de cumplir 15 años, lo que pone en peligro su derecho a la salud, la educación y la protección. En Chad, por cada 100 niños que se matriculan en secundaria, solo 44 niñas lo hacen. El resto queda sin educación y sin el amparo y servicios que proporciona la escuela.
 No todo es tan fúnebre y desalentador: unos 90 millones de niños podrían haber muerto antes de cumplir los cinco años si las tasas de mortalidad infantil se hubieran mantenido en los niveles de 1990. Por ejemplo, en Perú, ese año, de cada 1.000 menores morían 79 niños. En el 2012, la cifra bajó a 18 niños por cada mil.
Pero queda mucho, mucho, mucho por hacer: al presente, seis de cada diez niños de nuestro mundo son víctimas de algún tipo de tragedia: hambre, violencia, pobreza, carencias educativas y sanitarias, explotación...

Infancia Misionera intenta cambia esta situación
Para combatir y conjurar esas amenazas tan lacerantes, el año pasado la Infancia Misionera en España contribuyó al Fondo Universal de Solidaridad con cerca de tres millones de euros (exactamente: 2.733.972,39 €). En total, en el pasado ejercicio, las Iglesias de los cinco continentes lograron reunir, para ayudar a los niños del mundo, más de 17 millones de euros: 17.316.056,88 €. Luego, cada año, en Roma, como es bien sabido, la Asamblea General de las Obras Misionales Pontificias se encarga de distribuir, en función de las necesidades, las aportaciones íntegras de todos los países para hacer posible una multitud de proyectos solidarios en favor de los niños más necesitados.
 Todos estos afanes no son nuevos. La convocatoria que, cada año, nos hace la Obra Pontificia de la Infancia Misionera hunde sus raíces en medio del siglo XIX. Sí. Hasta 172 años atrás –camino de dos siglos– tenemos que remontarnos en el calendario para dar con las raíces de tan admirable organización. 


Un francés excepcional que creó una obra pionera en la ayuda a la infancia 
La búsqueda del origen de esta admirable Obra nos lleva hasta los pies de un francés excepcional: Carlos Augusto Forbin-Janson. Y hay que quitarse el sombrero. Porque Carlos Augusto fue un audaz adelantado de su tiempo. Para hacer lo que hizo, hace falta estar loco. Sí: “loco de remate”, le decían sus amigos y allegados. Nacido, en París, cuatro años antes de la toma de la Bastilla y en medio de una muy ilustre y no menos acaudalada familia, que hunde sus raíces en la nobleza provenzal, él estaba llamado, por su muy más que acomodada condición, a seguir la carrera política o de las armas, como su padre, que era teniente general. Con 21 años, llegó a ser auditor del Consejo de Estado con Napoleón. Pero nada más.
 Igual que la Revolución Francesa dio al traste con el Antiguo Régimen, también Forbin-Janson dio la espalda a los usos y parafernalias de su clase y, contra todo pronóstico, enderezó sus pasos hacia la vida religiosa. Tras 10 años exiliado en Alemania –el filo de la guillotina también amenazaba a los Forbin-Janson–, cumplidos los 24, vuelve a Francia e ingresa en el Seminario de San Sulpicio. Y, en 1818, a los 33, es ordenado sacerdote en la ciudad de Chambery, cercana a Lyon. Al poco, su obispo le nombra vicario general y responsable del Seminario. Pero... las labores administrativas no le hacen muy feliz.
 Más tarde, por su acreditada competencia, será nombrado obispo de Nancy. Pero, en ese camino, monseñor Forbin-Janson tropieza, primero, con esa otra gran adelantada que fue su paisana Paulina Jaricot, la lionesa fundadora ¡en 1822! de la Obra de la Propagación de la Fe. Y tropieza, en fin, con los dramáticos testimonios que, desde China, envían los sacerdotes de la Sociedad de las Misiones Extranjeras de París, instituto al que había pensado unirse él mismo.
 Así, llegó a sus manos –y a su corazón– el Mensaje a las almas caritativas de Europa, documento fechado el 7 de octubre de 1779 y escrito por Juan María Moye, sacerdote de las Misiones Extranjeras de París, donde presentaba, con todo detalle, la triste situación de muchos niños chinos, abandonados por sus padres. La pobreza de las familias y el desprecio que los hogares campesinos mostraban hacia las niñas –menos capacitadas físicamente para hacer frente a las duras tareas del campo– eran la causa que propiciaba tales abandonos. Y parece que la costumbre todavía sobrevive en el subconsciente colectivo del pueblo chino. De ahí, tal vez, el abultado número de niñas chinas ofrecidas para la adopción en los últimos años.
 El Mensaje daba cuenta de cómo los misioneros recogían a niños abandonados y los entregaban a las familias cristianas, para que, a cargo de la misión, los criaran y educaran. También relataba cómo otros muchos morían, por haber llegado tarde el socorro de la Iglesia. Y advertía, en fin, que algunos misioneros habían creado hogares para esos niños, pero que atender a los acogidos les impedía dedicarse a la evangelización propiamente dicha.

UnMensaje que fue, sin duda, germen, principio y origen de la Obra Misional de la Santa Infancia, que nacería cuatro años después. Ni corto ni perezoso, Forbin-Janson coincidió desde su fe con los valores del lema revolucionario: “Liberté, égalité, fraternité”, y se lanzó a movilizar a todos los niños cristianos en favor de los niños pobres, primero de China y, poco después, de todas las misiones. Su objetivo: que los niños ayuden a los niños. Cada uno, que lo haga según sus posibilidades. Pero que todos participen en ese afán.
 Eran muy otros tiempos: en 1843, Richard Wagner termina su primera ópera, El buque fantasma, inspirada en la leyenda del Holandés Errante. En mayo, nace en Las Palmas el que, andando el calendario, llegaría a ser don Benito Pérez Galdós. En Inglaterra Charles Dickens publica Cuento de Navidad. Y la reina de España, a la sazón Isabel II, que ha sido declarada mayor de edad sin haber cumplido, todavía, los 14, determina que la bandera roja y gualda de la Armada –elegida por Carlos III para los buques de guerra– pase a ser la nueva bandera nacional. La “reina castiza” también coloca la primera piedra del nuevo Congreso de los Diputados.
Poco antes de cumplirse los diez años de su fundación en París, la Santa Infancia llega a España en 1852, a instancias del arzobispo de Toledo Juan José Bonel y Orbe, y bajo el patrocinio de la propia Isabel II. La reina quiso que su primogénita, la Princesa de Asturias, fuera “primera asociada, fundadora y protectora de la Obra”.
 De los orígenes de Infancia Misionera, 172 años hace ya. Monseñor Forbin-Janson sólo pudo dirigir la Obra que él había fundado durante 16 meses. Murió, a los 59 años, el 11 de julio de 1844. Su mérito y condición de adelantado, lejos de menguar, se acrecienta al saber que otras organizaciones humanitarias de parecido tenor todavía tuvieron que esperar muchos años para nacer.
La Cruz Roja, por ejemplo, surgió 20 años después: en 1863. Antes, el comerciante suizo Henry Dunant, de Ginebra, hubo de toparse con un macabro espectáculo: tras la batalla de Solferino –guerra de la unificación italiana–, 40.000 hombres, quedaron abandonados a su suerte. Morían sin asistencia. La tragedia empujó a Dunant, que en su juventud había militado en movimientos cristianos, a movilizar a los vecinos de los pueblos cercanos para socorrer a los heridos, con una sola condición: que no tuvieran en cuenta el bando en el que estaban los heridos. El lema “Tutti fratelli” (“Todos hermanos”), acuñado por las mujeres, funcionó. Como funcionó, en el ánimo de Forbin-Janson, la revolucionaria consigna “fraternité” para poner en pie la Obra de la Santa Infancia, que ahora conocemos como Infancia Misionera. Y que, desde 1922, tiene el apellido de “Pontificia”, porque depende directamente del Papa. UNICEF tardó más todavía en nacer: en 1946, al cabo de la II Guerra Mundial, para ayudar a los atribulados niños de la destrozada Europa. El caso del admirable y magnífico Forbin-Janson es, ciertamente, singular. Pero no tan exclusivo e insólito como podría parecer. 
 También aquí y ahora, en nuestros días, hay “locos de atar” que, como el fundador de la Infancia Misionera, un buen día, “porque no están del todo contentos con su quehacer de cada día”, dan la espalda a una excelente posición, lo dejan todo y se van a compartir su suerte con los más necesitados de la Tierra. 
 XIMENA DE ANGULO
REVISTA MISIONEROS TERCER MILENIO