Año tras año, la Infancia Misionera se
afana por sembrar, entre los más pequeños, un espíritu libre, solidario y
sin fronteras. Un espíritu que arraigue, con fuerza, en los corazones
infantiles. Y que, andando el tiempo, sea capaz de transformar a los niños de
hoy en hombres y mujeres del mañana, hechos y, sobre todo, derechos: capaces de
construir un futuro mejor. Hombres y mujeres que estén resueltos a forjar una
humanidad más justa, más libre, más fraterna, más humana y, en definitiva, más
cristiana.
Todos los niños están llamados a
ser, el próximo domingo 24 de enero, protagonistas de esa Jornada. Pero,
para que eche raíces en el hondón de su alma la certeza de que todos somos
hijos de Dios y, por lo tanto, hermanos e iguales en derechos y dignidad, es
imprescindible la ayuda y colaboración de los mayores. Por eso,
padres, catequistas, profesores y colegios también están llamados a
comprometerse en esta empresa. ¡Que nadie se escaquee! Todos los
creyentes en Jesús, el Niño de Belén, estamos obligados a colaborar en el
anuncio de su Buena Nueva a cuantos, todavía, no han oído hablar de Él. Y,
al mismo tiempo, a atajar las muchas necesidades que pisotean la dignidad de
cientos de miles de niños que no han tenido tanta suerte como los que corretean
por nuestros parques y jardines. Sí, no es broma. Todavía hoy, en los umbrales
del siglo XXI, el panorama mundial que presenta la infancia es bien
desalentador. Para probarlo, estas pinceladas que nos da UNICEF.
Una infancia maltratada
El Fondo Internacional de Emergencia de las
Naciones Unidas para la Infancia dice que, solo en 2012, murieron 6,6
millones de menores de cinco años. Y que la gran mayoría de estas muertes
podían haberse evitado. Y eso es una violación del derecho fundamental a
sobrevivir y desarrollarse.
El15% de los niños del mundo se ve obligado a
hacer trabajos que comprometen su derecho a la protección contra la
explotación económica e infringen su derecho a aprender y a jugar. El 11% de
las niñas están casadas antes de cumplir 15 años, lo que pone en peligro su
derecho a la salud, la educación y la protección. En Chad, por cada 100 niños
que se matriculan en secundaria, solo 44 niñas lo hacen. El resto queda sin
educación y sin el amparo y servicios que proporciona la escuela.
No todo es tan fúnebre y desalentador: unos 90
millones de niños podrían haber muerto antes de cumplir los cinco años si las
tasas de mortalidad infantil se hubieran mantenido en los niveles de 1990. Por
ejemplo, en Perú, ese año, de cada 1.000 menores morían 79 niños. En el 2012,
la cifra bajó a 18 niños por cada mil.
Pero queda mucho, mucho, mucho por hacer: al
presente, seis de cada diez niños de nuestro mundo son víctimas de algún tipo
de tragedia: hambre, violencia, pobreza, carencias educativas y sanitarias,
explotación...
Infancia Misionera intenta cambia esta
situación
Para combatir y conjurar esas amenazas tan
lacerantes, el año pasado la Infancia Misionera en España contribuyó al
Fondo Universal de Solidaridad con cerca de tres millones de euros
(exactamente: 2.733.972,39 €). En total, en el pasado ejercicio, las Iglesias
de los cinco continentes lograron reunir, para ayudar a los niños del
mundo, más de 17 millones de euros: 17.316.056,88 €. Luego,
cada año, en Roma, como es bien sabido, la Asamblea General de las Obras
Misionales Pontificias se encarga de distribuir, en función de las necesidades,
las aportaciones íntegras de todos los países para hacer posible una multitud
de proyectos solidarios en favor de los niños más necesitados.
Todos estos afanes no son nuevos. La
convocatoria que, cada año, nos hace la Obra Pontificia de la Infancia
Misionera hunde sus raíces en medio del siglo XIX. Sí. Hasta 172 años atrás
–camino de dos siglos– tenemos que remontarnos en el calendario para dar con
las raíces de tan admirable organización.
Un francés excepcional que creó una obra
pionera en la ayuda a la infancia
La búsqueda del origen de esta admirable Obra
nos lleva hasta los pies de un francés excepcional: Carlos Augusto
Forbin-Janson. Y hay que quitarse el sombrero. Porque Carlos Augusto fue un
audaz adelantado de su tiempo. Para hacer lo que hizo, hace falta estar
loco. Sí: “loco de remate”, le decían sus amigos y allegados. Nacido, en
París, cuatro años antes de la toma de la Bastilla y en medio de una muy
ilustre y no menos acaudalada familia, que hunde sus raíces en la nobleza
provenzal, él estaba llamado, por su muy más que acomodada condición, a seguir
la carrera política o de las armas, como su padre, que era teniente general.
Con 21 años, llegó a ser auditor del Consejo de Estado con Napoleón. Pero nada
más.
Igual que la Revolución Francesa dio al traste
con el Antiguo Régimen, también Forbin-Janson dio la espalda a los usos y
parafernalias de su clase y, contra todo pronóstico, enderezó sus pasos hacia
la vida religiosa. Tras 10 años exiliado en Alemania –el filo de la guillotina
también amenazaba a los Forbin-Janson–, cumplidos los 24, vuelve a Francia e
ingresa en el Seminario de San Sulpicio. Y, en 1818, a los 33, es ordenado
sacerdote en la ciudad de Chambery, cercana a Lyon. Al poco, su obispo le
nombra vicario general y responsable del Seminario. Pero... las labores
administrativas no le hacen muy feliz.
Más tarde, por su acreditada competencia, será
nombrado obispo de Nancy. Pero, en ese camino, monseñor Forbin-Janson tropieza,
primero, con esa otra gran adelantada que fue su paisana Paulina Jaricot, la
lionesa fundadora ¡en 1822! de la Obra de la Propagación de la Fe. Y tropieza,
en fin, con los dramáticos testimonios que, desde China, envían los sacerdotes
de la Sociedad de las Misiones Extranjeras de París, instituto al que había
pensado unirse él mismo.
Así, llegó a sus manos –y a su corazón–
el Mensaje a las almas caritativas de Europa, documento fechado el 7 de octubre
de 1779 y escrito por Juan María Moye, sacerdote de las Misiones
Extranjeras de París, donde presentaba, con todo detalle, la triste
situación de muchos niños chinos, abandonados por sus padres. La
pobreza de las familias y el desprecio que los hogares campesinos mostraban
hacia las niñas –menos capacitadas físicamente para hacer frente a las duras
tareas del campo– eran la causa que propiciaba tales abandonos. Y parece que la
costumbre todavía sobrevive en el subconsciente colectivo del pueblo chino. De
ahí, tal vez, el abultado número de niñas chinas ofrecidas para la adopción en
los últimos años.
El Mensaje daba cuenta de cómo los misioneros
recogían a niños abandonados y los entregaban a las familias cristianas,
para que, a cargo de la misión, los criaran y educaran. También relataba cómo
otros muchos morían, por haber llegado tarde el socorro de la Iglesia. Y
advertía, en fin, que algunos misioneros habían creado hogares para esos niños,
pero que atender a los acogidos les impedía dedicarse a la evangelización
propiamente dicha.
UnMensaje que fue, sin duda, germen,
principio y origen de la Obra Misional de la Santa Infancia, que nacería
cuatro años después. Ni corto ni perezoso, Forbin-Janson coincidió desde
su fe con los valores del lema revolucionario: “Liberté, égalité, fraternité”,
y se lanzó a movilizar a todos los niños cristianos en favor de los niños
pobres, primero de China y, poco después, de todas las misiones. Su
objetivo: que los niños ayuden a los niños. Cada uno, que lo haga según sus
posibilidades. Pero que todos participen en ese afán.
Eran muy otros tiempos: en 1843, Richard Wagner
termina su primera ópera, El buque fantasma, inspirada en la leyenda del
Holandés Errante. En mayo, nace en Las Palmas el que, andando el calendario,
llegaría a ser don Benito Pérez Galdós. En Inglaterra Charles Dickens publica
Cuento de Navidad. Y la reina de España, a la sazón Isabel II, que ha sido
declarada mayor de edad sin haber cumplido, todavía, los 14, determina que la
bandera roja y gualda de la Armada –elegida por Carlos III para los buques de
guerra– pase a ser la nueva bandera nacional. La “reina castiza” también coloca
la primera piedra del nuevo Congreso de los Diputados.
Poco antes de cumplirse los diez años de su
fundación en París, la Santa Infancia llega a España en 1852, a instancias del
arzobispo de Toledo Juan José Bonel y Orbe, y bajo el patrocinio de la propia
Isabel II. La reina quiso que su primogénita, la Princesa de Asturias, fuera
“primera asociada, fundadora y protectora de la Obra”.
De los orígenes de Infancia Misionera, 172 años
hace ya. Monseñor Forbin-Janson sólo pudo dirigir la Obra que él había fundado
durante 16 meses. Murió, a los 59 años, el 11 de julio de 1844. Su mérito y
condición de adelantado, lejos de menguar, se acrecienta al saber que otras
organizaciones humanitarias de parecido tenor todavía tuvieron que esperar
muchos años para nacer.
La Cruz Roja, por ejemplo, surgió 20 años
después: en 1863. Antes, el comerciante suizo Henry Dunant, de Ginebra, hubo de
toparse con un macabro espectáculo: tras la batalla de Solferino –guerra de la
unificación italiana–, 40.000 hombres, quedaron abandonados a su suerte. Morían
sin asistencia. La tragedia empujó a Dunant, que en su juventud había militado
en movimientos cristianos, a movilizar a los vecinos de los pueblos cercanos
para socorrer a los heridos, con una sola condición: que no tuvieran en cuenta
el bando en el que estaban los heridos. El lema “Tutti fratelli” (“Todos
hermanos”), acuñado por las mujeres, funcionó. Como funcionó, en el ánimo
de Forbin-Janson, la revolucionaria consigna “fraternité” para poner en pie la
Obra de la Santa Infancia, que ahora conocemos como Infancia Misionera. Y que,
desde 1922, tiene el apellido de “Pontificia”, porque depende directamente del Papa. UNICEF
tardó más todavía en nacer: en 1946, al cabo de la II Guerra Mundial, para
ayudar a los atribulados niños de la destrozada Europa. El caso del admirable y
magnífico Forbin-Janson es, ciertamente, singular. Pero no tan exclusivo e insólito
como podría parecer.
También aquí y ahora, en nuestros días, hay
“locos de atar” que, como el fundador de la Infancia Misionera, un buen día,
“porque no están del todo contentos con su quehacer de cada día”, dan la
espalda a una excelente posición, lo dejan todo y se van a compartir su suerte
con los más necesitados de la Tierra.
XIMENA DE ANGULO
REVISTA MISIONEROS TERCER MILENIO