
Un día, después de la adoración, sentí una voz que me decía que tenía que estudiar inglés porque tenía que ser misionera. Fue tan fuerte que, aunque no sabía qué tenía que hacer ni dónde ir, empecé a prepararme y ver el dinero que tenía que ahorrar para poder dejar el trabajo. Después de unos años, encontré un grupo de religiosos y laicos que iban a recibir una formación par a ir a trabajar a otros países. Fue así como fui a Camboya con la Sociedad Misionera de Tailandia.
En Camboya, me encontré con una dura prueba para mi fe, y es que, en medio de tanta pobreza y violencia, no podía entender cómo Dios es amor. Me había sido fácil entenderlo estando en Bangkok, teniendo comida, médicos, hospitales, etc. Pero allí la gente carecía de todo. Luego Dios me hizo entender que toda aquella miseria era fruto del pecado de los hombres y que con amor vivido por cada uno, se podían remediar muchas de esas carencias.
Allí, en un país extranjero y una cultura nueva, pero guiada por la fe y la confianza en la Providencia aprendí a dar los primeros pasos en mi consagración.
Está claro que en la vida religiosa encontramos problemas, pues tenemos que vencernos a nosotros mismos y aceptar cosas que en principio no van con nuestro carácter, psicología y gustos, pero yo creo que los más importante es la relación con Dios, que en mi caso me ha dado siempre ánimo para ir más allá de todo esto y cumplir Su voluntad.
Fuente: OMPRESS