La Obra de la Santa Infancia nació en Francia, el 9 de
mayo de 1843, después de un largo periodo de reflexión durante el cual el
Fundador, Mons. Charles de Forbin-Janson, vivió la pasión por la salvación de
los niños chinos, destinados, por la pobreza y la ignorancia, a morir sin
recibir el bautismo. El deseo del Fundador era el de ir a China. Cuidaba
mucho las relaciones con los misioneros que habían partido a China, y a través
de ellos llegó a conocer las tristes situaciones de los niños que pertenecían a
familias pobres o en dificultad. Los niños, apenas nacidos, eran eliminados, de
manera especial si eran niñas y si tenían algún defecto.
El Obispo se tomó a pecho el
problema de los niños chinos y comenzó una obra de sensibilización. Habló
largamente con Pauline Jaricot, que se mostró dispuesta a apoyar la iniciativa.
Desde el principio Mons. de Forbin-Janson encontró muchas dificultades para
transmitir la idea de instituir una nueva Obra Misionera, porque en Francia existían
ya numerosas fundaciones de Institutos Misioneros, y podía parecer que la de
Forbin-Janson hacía la competencia.
1.
La novedad
El Obispo llamó la atención de los niños sobre la
situación de otros niños en China y les pidió la disponibilidad para ayudar a
la Iglesia a salvar a los pequeños que morían sin recibir el bautismo.
El Obispo les pidió:
·
un Avemaría al día
·
una perra chica al mes
Ha pasado a la historia el relato que se refiere a un
niño de 8 años de la diócesis de Bordeaux. El párroco había hablado de la
necesidad de orar y de dar una oferta para salvar a los niños chinos. El
pequeño oyente, volviendo a casa, dijo a la mamá:
-
Tenemos que ayudar a los niños de la China.
-
Sí, respondió la mujer, pero nosotros somos muy pobres y no tenemos
dinero.
-
Sí, dijo el pequeño, nuestro dinero está ahí.
Y apuntó el dedo a los ahorros de la familia.
La mamá añadió:
-
Hijo mío, es el dinero del pan. ¡Nosotros nos quedamos sin pan!
-
¿Cómo, respondió el pequeño, puede llegar a faltar el pan cuando se da
por el amor de Dios?
2.
Carisma fundacional
Forbin-Janson: «El
nacimiento de Jesús, hijo de Dios e hijo del hombre, pareció consagrar ya la
primera edad de la vida, haciendo a la infancia amable, iluminado por el dulce
reflejo de su misma gloria, y muy pronto, un nuevo lenguaje de enseñanzas y de
ejemplos quitarán toda duda sobre la voluntad formal de dar a la infancia los
derechos negados y, más aún, de añadir privilegios».
Estaba convencido de que la debilidad de la infancia,
tiempo de silencio y de soledad, ha sido divinizada por Jesús y se ha
convertido en fuente de gracia para todos, sobre todo para los niños y para los
que se hacen como ellos.
Según el carisma de la Santa Infancia, el camino
formativo debe dar a los niños una conciencia nueva. Los pequeños son
depositarios de la gracia bautismal, en la cual se encuentra la plenitud del
Espíritu. El bautismo es un don gratuito que pertenece al individuo, pero la
abundancia de la gracia que se deriva de él pertenece a la universalidad de los
hermanos, a los que nos une la misma paternidad de Dios.
3.
Los objetivos
1. «Arrancar a la muerte una multitud de niños..., abrir
el cielo al mayor número posible de estos niños, sobre todo a través del
bautismo.
2. Preparar la regeneración de las naciones que tienen
otros cultos dando una educación cristiana a los niños.
3. Hacer de estos niños un instrumento de salvación como
maestros, catequistas, médicos, sacerdotes, misioneros.
4.
Los niños
de Europa y de América que salgan al encuentro de las necesidades de los niños
de Asia y de África, obtendrán grandes resultados».
Desde su nacimiento, la Santa
Infancia se configuró como un itinerario de fe que, llevando la misión al
corazón de los pequeños, les hacía descubrir la alegría de servir a los
hermanos. Este compromiso misionero de los niños no era a sentido único: las
oraciones, los sacrificios, la simpatía de los niños europeos son
correspondidos con las oraciones, los sacrificios, la simpatía y, a veces el
testimonio del martirio, de los niños chinos.
5. El lema
“Los niños ayudan a los niños” realizó
una revolución copernicana en campo apostólico. Por primera vez los pequeños
actuaban en la Iglesia como protagonistas de pastoral, y se demostraron
protagonistas humildes, sencillos, pero también creativos y valientes.
6.
Sus inicios
Los niños, hasta ese momento, eran considerados
beneficiarios de la misión y destinatarios del anuncio, y, de pronto y manera
imprevista, se convirtieron en protagonistas convencidos y determinados. Se
constata una gran acogida por parte de los niños que desean tomar parte activa
en la misión.
Desde los primeros meses de la fundación, la Comunidad
cristiana tomó conciencia de la fuerza misionera de los niños, en los cuales se
manifestaba una presencia particular del Espíritu.
El protagonismo misionero de los niños fue, efectivamente,
un punto sin vuelta atrás de la historia de la Iglesia. Por la Historia de la
Salvación sabemos que a los pequeños nunca les ha sido confiado un papel de
responsabilidad pastoral. Con Cristo, el niño se ha convertido en el punto de
partida y de llegada del nuevo Reino. Muy a menudo, el Reino que Jesús describe
en las parábolas evangélicas se compara a algo muy pequeño que llegará a ser
muy grande: la semilla de mostaza, el grano de trigo, una pizca de levadura.
7. Primeros pasos
Desde el primer momento la Obra entró en el corazón de
los Obispos y de los Sacerdotes y tuvo un gran desarrollo. Después del primer
año de fundación, ya estaba presente en 65 Diócesis.
En diciembre de 1843, Mons. de Forbin-Janson escribió
en una de sus cartas informativas que la Santa Infancia estaba ya activa en
Francia, Bélgica, Holanda, Suiza, Italia, Inglaterra, Estados Unidos y Canadá.
Al Fundador le fue concedido ver solamente los inicios
de esta Obra, porque, después de un año de trabajo intenso, Dios lo llamó a Él,
y la Santa Infancia se quedó como Obra de Dios, confiada a la Iglesia. Pero le
dio tiempo de enviar a los Vicarios Apostólicos de la China los primeros 3.500
francos, fruto de la caridad de los pequeños, para bautizar a los niños.
El mérito de la rápida difusión de la Santa Infancia
hay que atribuirlo, seguramente, al gran celo de los Obispos y los Sacerdotes,
pero el crecimiento numérico y, sobre todo, la implicación afectiva de los
niños, hay que atribuirlo al compromiso de las Celadoras, laicas y religiosas,
que animaban a los niños y sensibilizaban a las familias
Cada
familia hacía lo posible por inscribir a sus propios hijos en la Santa Infancia
en el día del bautismo, dando una oferta para que otro niño u otra niña pudiera
recibir la gracia del bautismo. Era una bendición para los niños y un empeño
educativo para la familia. También la pequeña Teresa Martín, antes de ser
Carmelita y patrona de las misiones, a los 9 años, el 12 de enero de 1889, fue
inscrita en la Santa Infancia.
8. Nacimiento en España
El 20 de octubre de 1852 el Cardenal Bonel y Orbe,
Arzobispo de Toledo, escribe a la Reina Isabel II solicitando la aprobación de
las Constituciones o Estatutos para la instauración de la Asociación de la Santa
Infancia en España. La respuesta de la Reina accediendo a la petición está
fechada el 22 de noviembre del mismo año. Se inscribe como primera asociada Su
Alteza Real la Infanta Princesa de Asturias.
9. Objetivos de la Obra Pontificia IM
1.
Colaborar con padres y educadores en el despertar
progresivo de la conciencia misionera universal en los niños.
2.
Ayudar a los niños a desarrollar su protagonismo
misionero.
3.
Mover a los niños a compartir la fe y los medios
materiales, especialmente con los niños de las regiones y de las Iglesias más
necesitadas.
4.
Integrarse en la pastoral de conjunto de la educación
cristiana, a la que aportará la dimensión misionera de la fe.
10.
Ecos de futuro
Con la Obra de la Santa Infancia, el Obispo de Nancy
devuelve a los niños un lugar privilegiado de santificación: la infancia del
Hijo de Dios. La misión les hace conscientes; el ámbito espiritual de su
crecimiento se desarrolla a partir del Sacramento del Bautismo y del de la
Eucaristía. En el primero, los niños sacan el agua de la fuente de la gracia y
la comparten con los hermanos. En el segundo, se alimentan del don eucarístico
y se convierten en Pan partido para sus coetáneos menos favorecidos.
El pequeño Camino de Teresa Martin es el ejemplo más
elocuente.
A la Iglesia adulta le corresponde la tarea de hacerse
compañera de camino de los niños sobre esta estela de luz, de manera que la fe
de los pequeños llegue a ser misión en la cotidianeidad. La misión de la Santa
Infancia se realiza con pequeños gestos, con pensamientos de paz, por medio de
actitudes fraternas, en el juego, el trabajo, la oración, la contemplación del
Rostro de Dios que refleja el rostro de los hermanos lejanos.
Los Niños
ayudan a los Niños y, juntos, caminan con Jesús hacia el Padre.
11.
Infancia
Misionera, escuela de valores y virtudes
·
Sensibilización: es el
primer peldaño de la educación misionera; actúa sobre la emotividad de los
pequeños. Se le informa de los problemas y les invita a asumir determinados
compromisos.
·
Conocimiento: el niño
tiene necesidad de informaciones correctas y amplias sobre las situaciones
religiosas, sociales, económicas. Quiere saber. Las necesidades de los niños en
el mundo no son entidades abstractas, sino geográficamente demostrables,
numéricamente calculadas.
·
Educación: Es el
paso de los conocimientos racionales al empeño personal. Los conocimientos deben
descender desde la mente al corazón y cambiar el estilo de vida de la persona:
para responder a las necesidades de la misión debemos entregar nuestro tiempo,
la oración, la afectividad, la simpatía, nuestras cosas, nuestra vida.
·
Solidaridad: toda clase
de intervención educativa debe tener como horizonte la solidaridad, y, en lo
que nos concierne, la caridad cristiana. No se trata de un simple solidarismo
humano y social, sino fuertemente religioso porque está enraizado en el
compromiso bautismal.
·
Comunión: la misión
no está hecha por navegantes solitarios. Todo gesto misionero es un gesto de
eclesialidad. No es solamente promoción humana, sino anuncio de la Buena Nueva
de cuyo contenido es responsable la Comunidad eclesial.
·
Universalidad: la misión
que Cristo ha confiado a su Iglesia debe alcanzar los extremos confines de la
tierra. No pertenece a un individuo, a una parroquia, a una diócesis, a un
continente, sino al mundo entero.
Anastasio Gil García
Director Nacional de las OMP