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martes, 5 de mayo de 2015

FAMILIA MISIONERA EN ECUADOR

FotografíaSomos una familia de la Parroquia del Sagrat Cor de Sabadell que salimos de misión el 7 de agosto del año pasado, enviados por la Diócesis de Terrassa al Vicariato Apostólico de Puyo (Ecuador). La familia la formamos el matrimonio (Karen y Álex) y cuatro hijos: Sergio (17 años), Pablo (15), Lucía (13) y Martina (9).
Antes de venir a Ecuador y aun ahora aquí, cuando nos preguntan por la razón de la misión, uno no sabe si el interlocutor busca una respuesta razonable o una razón de fe.  La conversación limitada a lo razonable se acaba muy pronto e, indefectiblemente, se cierra en falso. No hay posibilidad  de comunicación o, a lo sumo, ésta se limita a compartir algunos tópicos buenistas. La razón de fe, en cambio, no genera sólo conversación, sino complicidad, comunión, hondura que conforta: la única palabra posible es entonces el Amor, su donación y su tarea. Y así notas la presencia del Señor.
No podemos reducir a Dios a nuestros parámetros. Va en ello nuestra salvación y también nuestra felicidad aquí, en este mundo.
La fugacidad de las pequeñas felicidades que nos ofrece el mundo es desoladora. Sólo Cristo sacia por completo. Debemos buscarle con ansia, con verdadera hambre, con la necesidad que brota de trascender lo material y su caducidad.
La misión no es la única manera de vivir con Cristo, ni siquiera creemos que sea la mejor. Sin embargo, el Señor nos llama a vivirla y es este carácter vocacional lo que da plenitud. “Habla, Señor, que tu siervo escucha” (1 S 3, 10). En llegar a conocer su voluntad y en cumplirla está el sentido de la vida del cristiano: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6).
No sabemos si es signo de los tiempos, pero Dios nos ha concedido un momento histórico excepcional por lo radical, tanto en el rechazo a Cristo y su Iglesia como en su seguimiento hasta el martirio. No es preciso estar muy despierto a la fe para percibir la miseria del hombre cuando no tiene a Dios y el enorme contraste de los actos de amor que es capaz de hacer cuando renuncia a sí y se entrega a los demás. Cristo se nos aparece encarnado en esas personas y nos invita a que le abramos nuestro corazón y descansemos al fin en ese abandono a la Verdad. La elección es siempre nuestra, personal. ¿Con qué o con quién quiero identificarme?
Nosotros ahora estamos en Puyo, una pequeña ciudad del llamado Oriente Amazónico ecuatoriano. El Obispo del Vicariato Apostólico de Puyo, Monseñor Rafael Cob, pastorea una Iglesia en misión permanente en una sociedad sacudida por las carencias, tanto en lo material como en lo espiritual. La crisis de la familia de la posmodernidad se viene a sumar a una cultura de relaciones afectivas superficiales, en la que la provisionalidad es norma de vida, y en la que gravitan el consumismo y el individualismo de la globalización y la amenaza de las sectas.
¿Qué nos pide la Iglesia en este contexto? Ponernos al servicio de las personas trabajando por la venida del Reino. Y es una tarea tan apasionante como ingente. Colaboramos en las pastorales Familiar y Educativa, pero también en la Vocacional, Juvenil y de Medios de Comunicación. Damos clases de Religión en el instituto San Vicente Ferrer y estamos en el equipo de formadores del Seminario Menor Ambiental San Francisco Javier, donde se preparan y disciernen su vocación doce chicos, de 14 a 18 años. También somos coordinadores de los Encuentros de Familias, en los que se reúnen para formarse y orar familias de todo el Vicariato. Nos damos cuenta del valor que tiene el testimonio y eso nos da pie para impartir charlas sobre matrimonio y familia o sobre educación afectiva y sexual en centros educativos y parroquias.
Otro medio importante para la difusión de la fe y los valores que emanan del Evangelio es la emisora de radio que tiene el Vicariato, Radio Puyo, que puede sintonizarse además por internet (www.radiopuyo.com.ec). En ella elaboramos y realizamos un programa semanal, Educadores con Cristo, y hemos realizado los espacios sabatinos de Creciendo en Familia de los meses de octubre y febrero, centrándolos en el Sínodo de las Familias y en el amor de Dios en el matrimonio, respectivamente.
A todas estas labores –y otras que van surgiendo sobre la marcha- procuramos imprimirles el sello de la familia cristiana, esa impronta específica que da el amor que brota de Dios en los esposos y en los hijos y que, como decía San Juan Pablo II, debe trascender para hacerse luz y faro de vida para los demás.
Bien sabemos que no estamos capacitados para el reto, pero también sabemos que por Cristo y por la Virgen Madre nos alcanza la gracia de Dios y las fuerzas necesarias para cumplir con la misión encomendada. Por eso, con humildad, sabiéndonos tan limitados, nos fiamos de Él.

La misión no es el objetivo, sino el camino. No sabemos el tiempo que el Señor nos concederá en este lugar. Como dice el Cardenal Van Thuan, debemos amarle a Él y no tanto a sus obras, florecer donde Él disponga. Y hacerlo siempre con alegría, sabiéndonos en sus manos, escuchando el mensaje de San Pablo, el gran apóstol misionero: “Que la esperanza os tenga alegres” (Rom 12, 12).