Somos una familia de la Parroquia del Sagrat
Cor de Sabadell que salimos de misión el 7 de agosto del año pasado, enviados
por la Diócesis de Terrassa al Vicariato Apostólico de Puyo (Ecuador). La
familia la formamos el matrimonio (Karen y Álex) y cuatro hijos: Sergio (17
años), Pablo (15), Lucía (13) y Martina (9).
Antes de venir a Ecuador y aun ahora aquí,
cuando nos preguntan por la razón de la misión, uno no sabe si el interlocutor
busca una respuesta razonable o una
razón de fe. La conversación limitada a
lo razonable se acaba muy pronto e, indefectiblemente, se cierra en falso. No
hay posibilidad de comunicación o, a lo
sumo, ésta se limita a compartir algunos tópicos buenistas. La razón de fe, en cambio, no genera sólo conversación,
sino complicidad, comunión, hondura que conforta: la única palabra posible es
entonces el Amor, su donación y su tarea. Y así notas la presencia del Señor.
No podemos reducir a Dios a nuestros
parámetros. Va en ello nuestra salvación y también nuestra felicidad aquí, en
este mundo.
La fugacidad de las pequeñas felicidades que nos ofrece el mundo es
desoladora. Sólo Cristo sacia por completo. Debemos buscarle con ansia, con
verdadera hambre, con la necesidad que brota de trascender lo material y su
caducidad.
La misión no es la única manera de vivir con
Cristo, ni siquiera creemos que sea la mejor. Sin embargo, el Señor nos llama a
vivirla y es este carácter vocacional lo que da plenitud. “Habla, Señor, que tu
siervo escucha” (1 S 3, 10). En llegar a conocer su voluntad y en cumplirla
está el sentido de la vida del cristiano: “Yo soy el Camino, la Verdad y la
Vida” (Jn 14, 6).
No sabemos si es signo de los tiempos, pero
Dios nos ha concedido un momento histórico excepcional por lo radical, tanto en
el rechazo a Cristo y su Iglesia como en su seguimiento hasta el martirio. No
es preciso estar muy despierto a la fe para percibir la miseria del hombre
cuando no tiene a Dios y el enorme contraste de los actos de amor que es capaz
de hacer cuando renuncia a sí y se entrega a los demás. Cristo se nos aparece
encarnado en esas personas y nos invita a que le abramos nuestro corazón y
descansemos al fin en ese abandono a la Verdad. La elección es siempre nuestra,
personal. ¿Con qué o con quién quiero identificarme?
Nosotros ahora estamos en Puyo, una pequeña
ciudad del llamado Oriente Amazónico ecuatoriano. El Obispo del Vicariato
Apostólico de Puyo, Monseñor Rafael Cob, pastorea una Iglesia en misión
permanente en una sociedad sacudida por las carencias, tanto en lo material
como en lo espiritual. La crisis de la familia de la posmodernidad se viene a
sumar a una cultura de relaciones afectivas superficiales, en la que la
provisionalidad es norma de vida, y en la que gravitan el consumismo y el
individualismo de la globalización y la amenaza de las sectas.
¿Qué nos pide la Iglesia en este contexto? Ponernos
al servicio de las personas trabajando por la venida del Reino. Y es una tarea
tan apasionante como ingente. Colaboramos en las pastorales Familiar y
Educativa, pero también en la Vocacional, Juvenil y de Medios de Comunicación.
Damos clases de Religión en el instituto San Vicente Ferrer y estamos en el
equipo de formadores del Seminario Menor Ambiental San Francisco Javier, donde
se preparan y disciernen su vocación doce chicos, de 14 a 18 años. También
somos coordinadores de los Encuentros de Familias, en los que se reúnen para
formarse y orar familias de todo el Vicariato. Nos damos cuenta del valor que
tiene el testimonio y eso nos da pie para impartir charlas sobre matrimonio y
familia o sobre educación afectiva y sexual en centros educativos y parroquias.
Otro medio importante para la difusión de la
fe y los valores que emanan del Evangelio es la emisora de radio que tiene el
Vicariato, Radio Puyo, que puede sintonizarse además por internet
(www.radiopuyo.com.ec). En ella elaboramos y realizamos un programa semanal,
Educadores con Cristo, y hemos realizado los espacios sabatinos de Creciendo en
Familia de los meses de octubre y febrero, centrándolos en el Sínodo de las
Familias y en el amor de Dios en el matrimonio, respectivamente.
A todas estas labores –y otras que van
surgiendo sobre la marcha- procuramos imprimirles el sello de la familia
cristiana, esa impronta específica que da el amor que brota de Dios en los
esposos y en los hijos y que, como decía San Juan Pablo II, debe trascender
para hacerse luz y faro de vida para los demás.
Bien sabemos que no estamos capacitados para
el reto, pero también sabemos que por Cristo y por la Virgen Madre nos alcanza
la gracia de Dios y las fuerzas necesarias para cumplir con la misión
encomendada. Por eso, con humildad, sabiéndonos tan limitados, nos fiamos de Él.
La misión no es el objetivo, sino el camino.
No sabemos el tiempo que el Señor nos concederá en este lugar. Como dice el
Cardenal Van Thuan, debemos amarle a Él y no tanto a sus obras, florecer donde
Él disponga. Y hacerlo siempre con alegría, sabiéndonos en sus manos,
escuchando el mensaje de San Pablo, el gran apóstol misionero: “Que la
esperanza os tenga alegres” (Rom 12, 12).