El hermano franciscano tiene dos preocupaciones: la
dignidad humana y la sonrisa de los niños. En cuanto a la primera, hace todo lo
posible por proporcionar a los refugiados productos básicos de higiene (jabón,
dentífrico, champú y ropa limpia). A los niños les lleva caramelos y pequeños
juguetes. «Estos niños han estado viajando durante semanas, y no entienden lo
que ocurre, pero necesitan un poco de aire fresco en medio de tanta tensión”.
Este franciscano, fray John Luke Gregory es como
una extensión de la labor que sus hermanos de los Santos Lugares realizan a
favor de tantas personas.
En estas islas de Rodas y Cos, destino turístico
para muchos por sus paradisiacas costas y paisajes, el hermano Gregory es el
representante de la Custodia Franciscana de Tierra Santa y, además, el de la
Iglesia católica. Las islas, separadas de Turquía por unos pocos kilómetros, no
han dejado de recibir, sobre todo desde mayo y junio un gran número de
refugiados.
El hermano no es capaz de dar cifras. Según el Alto
Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados la cifra de quienes cruzaron
el Mediterráneo para llegar a Europa fue, sólo para el mes de octubre, de
218.000. La mayor parte pasando por la isla de Lesbos, a 200 kilómetros al
norte de Rodas y separada de Turquía por solo 10 kilómetros.
Pero para estos refugiados, explicaba a la Custodia
el franciscano inglés, “Grecia es sólo un país de tránsito. No buscan quedarse.
Saben que la situación económica es mala. Los países a los que quieren llegar
son, sobre todo, Alemania o Austria, Inglaterra o Francia… La mayoría son
sirios, afganos o iraquíes. Hay muchas mujeres con niños pequeños y muchos
jóvenes… muchísimos jóvenes”.
Cada día, en cuanto puede, el hermano Gregory va al
“centro de acogida” de la isla de Rodas. Se trata de un gran edificio que no
ofrece las condiciones necesarias para acoger a tan gran número de personas,
pero al menos tienen un techo.
El hermano se inclina y con una sonrisa les da todo
lo que lleva encima y les habla en árabe. Es de imaginar la sorpresa de los
refugiados acogidos en Grecia por un franciscano inglés que les habla en árabe.
“Los niños se ríen cuando me oyen hablar con ellos en árabe, ¡porque tengo un
acento extraño!”. Y es verdad que, en cualquier lengua que hable -y habla bien
siete, además del inglés- fray Gregory mantiene su acento británico.
¿Y cuál es la reacción de los adultos? “Poder
hablar en su propia lengua les hace bien. De hecho, constato que son pocos los
que conocen alguna palabra en inglés o francés. Pero en cuanto se hacen
entender, cuentan por qué están huyendo: la guerra, los bombardeos, los miedos,
las escuelas cerradas, el terror del Daesh (el Estado Islámico). Dicen que los
miembros del Daesh, en su mayoría, no son sirios; son mercenarios venidos del
extranjero y no tienen piedad para con los sirios. El diálogo con ellos es
imposible”.
También cuentan su travesía en pateras: 40 personas
para barcas pensadas para 17. “Son los traficantes los que obligan a eso.
Muchos han naufragado. Incluso en verano, el mar se puede embravecer y hay
corrientes muy fuertes entre el continente y la isla de Rodas o Cos. Es muy
peligroso”.
Este verano, el fraile franciscano ha implicado en
la ayuda a estos refugiados también a los turistas. En todas las misas ha hecho
un llamamiento a su generosidad. Hay quien ha dado productos higiénicos, quien
ha dado dinero. “Y debo decir que han sido muy generosos”.
Cuando Marie-Armelle le pregunta si se pueden hacer
donativos enviándolos a una cuenta bancaria, responde: “Es mejor que no. Con la
crisis económica griega, hay impuestos muy elevados sobre el dinero, y no se
pueden retirar más de 420 euros a la semana. Con esta suma de dinero debo
administrar dos conventos y cinco iglesias”.
Lo mejor es enviar paquetes. “Cada vez que voy al
centro, miro a ver quién hay. Si hay hombres o mujeres con niños, intento
satisfacer sus necesidades y sé qué puedo llevar la próxima vez. En esta
estación, es necesario empezar a repartir ropa. Es verdad que tampoco los
refugiados quieren cargar con muchas cosas. El camino es todavía largo y
prefieren viajar ligeros. Pero el invierno está llegando y no sé cómo
evolucionará la situación”.
Piensa que en noviembre y diciembre el número de
los que atraviesan el mar debería disminuir. “El mar está verdaderamente
agitado en invierno”. Pero precisa: “La última vez que me acerqué a Cos, había
dos mil refugiados. ¡Dos mil refugiados!”, repite sorprendido por la cifra.
“Pero los refugiados me decían: en la otra orilla hay dos millones que esperan
atravesar el mar”.
En la isla de Cos, fray Gregory cuenta con la ayuda
de una parroquiana filipina, Melania, que recibe todos los días los productos
enviados por Cáritas Atenas y los entrega al centro de acogida. A veces él
mismo se queda durante dos o tres días en la más pequeña de las dos islas,
según la situación. “En las dos islas, los habitantes se están portando muy
bien. Ya han sido golpeados por la crisis económica y el turismo aquí solo se
da seis meses al año. Siendo tan numerosos los refugiados, no esconden su miedo
de que eso pueda ahuyentar el turismo. Los refugiados son muchísimos, tantos
que no se puede ni aparcar el coche. Están por todas partes. No se puede pasear
por el puerto, donde el malecón está saturado de refugiados que esperan los
barcos para ir al continente. Tienen miedo de que esta presencia aleje a los
turistas”.
El flujo de refugiados sigue en aumento y esto
preocupa al franciscano. “Este verano los turistas han sido muy generosos, pero
el período estival ha terminado. Por suerte, he escrito algunos artículos en
algunos periódicos ingleses y me han llegado paquetes desde Inglaterra y
Suecia. Hay que estar preparado para cualquier eventualidad”.
Cuando no está con los refugiados o cuando no se
entrega a las numerosas y variadas actividades parroquiales organizadas por él,
fray Gregory se ocupa del jardín y de los animales del corral. “Con la crisis
ha sido necesario organizarse. Así que en el patio del convento tengo gallinas,
que ponen huevos, y el jardín se ha transformado en un huerto”. Si no fuera por
el destino de los refugiados, sería toda una alegría para él: “¡La vida simple
es la vida del franciscano! Es también un testimonio de vida para los hoteles
de lujo que nos rodean, ¿no?”.
Su humor y su espíritu franciscano no consiguen,
sin embargo, esconder la inquietud de este hijo de San Francisco ante el océano
de miseria que se abate sobre las costas griegas. Una miseria que él intenta
aliviar haciendo todo lo que puede, aunque solo sea por unas horas, por unos
días…
FUENTE: OMPRESS 18/11/2015